sábado, 2 de agosto de 2008

La batalla de freud

Y estaba ahí, parado sin hacer nada. La cabeza a mil, los pulmones segregaban nicotina ácida, el corazón latiendo a mil y yo seguía ahí. Hacía frío, la abracé y no supe qué hacer. La mente en blanco y puro ello surgiendo de mis entrañas. Pura inconciencia nacía de mis más profundos sentimientos, sentimientos que ni yo conocía.

En un momento salí de mí y comencé a mirar de afuera. Mi cuerpo se alejó un poco, como si estuviera tomando envión. Nos miramos, me hizo un gesto y sin querer tropecé sobre su boca. Ya era tarde, todo lo que había pensado la semana anterior se vino abajo. Me olvidé del cigarrillo, del corazón y de mi conciencia.

Cuando volví en mí seguía ahí. Me dí cuenta de lo que había hecho y no atiné a otra cosa que excusarme con las mismas palabras de telenovela con las que todos piden perdón. Pero lo hecho, hecho está. Esa noche no sé qué pasó, pero todo perdió sentido y nada de lo que estaba viviendo parecía realidad.

Negligencia, descuido, metida de pata o tropezón. Llámenlo como quieran, para mi fue un error. Error que pagué caro.