jueves, 25 de marzo de 2010

Julieta y sus aires de superada

Anoche te soñé y estabas en mi lecho. Acto seguido te llamé y nos encontramos en al algún bar de la eterna ciudad de Córdoba.
Ahí estábamos, los dos frente a frente, inmiscuidos en conversaciones alternas. Tu trinchera, una botella de cerveza y una compotera con Manises rancios. La incrusable línea que reprimía a mis instintos más primitivos. Lo único que hacías era hablar. Tus palabras, tan superficiales, carcomían poco a poco mis ansias. No quería escucharte más, sólo necesitaba taparte la boca a besos. Lo único que deseaba oír era el obsceno ruido del amor, ese que generan los cuerpos al chocar. No entendí una palabra de lo que decías, sólo pensaba en cómo llevarte a mi cama. No podía recordar cómo lo había hecho en el sueño y eso me frustró. Decidí llevarte a tu casa y en el camino pensaba que la escena se repetía mes a mes, desde que te conocí.
A veces no tolero tus superficialidades, a veces las aguanto con la ilusión de que algún día, en el momento menos pensado, vas a ceder. Llegué a mi casa, me acosté y concluí que nunca te tuve, ni te tendré. Me dije: Lo de anoche fue sólo un sueño, lo de hoy es la cruda realidad.